Ser madre me ha hecho cambiar el prisma y el enfoque de lo que ocurre a mi alrededor. En algunos casos, relativizo con mayor facilidad muchas situaciones. Sin embargo, en otras ocasiones asisto con desagrado, pena y malestar a momentos en los que mi deber como madre no me permiten quedarme impasible. Y es que, desafortunadamente, vivimos en una sociedad en la que bebés, niños, niñas y adolescentes parece que han de comportarse como personas adultas y han de aceptar lo que la persona adulta dicte, quiera o necesite aún cuando ello entre en conflicto con sus propias necesidades y derechos fundamentales. El adultocentrismo coarta la libertad de desarrollo de los y las bebés como tales. 

Ser madre me ha hecho tomar consciencia de lo importante que es ver el mundo a través de mi hija y he de decir que en esta sociedad del “todo vale” nuestras criaturas quedan expuestas sin remedio ¿o no?

¿Por qué no se respeta la intimidad y las necesidades de un bebé?

La primera respuesta que me viene a la cabeza es que no se respetan sus necesidades porque nos creemos con el derecho de hacer lo que a los adultos nos parezca porque como “son tan ricos, comestibles y achuchables”. Desde la perspectiva adultocentrista podríamos decir que se cosifica al bebé. Pero siento disentir, un bebé es un ser humano con derechos internacionalmente reconocidos y no un Nenuco o un Baby Reborn de dominio público.

Lo peor de todo es que de nada sirve ofrecer todo tipo de información y de razonamientos. ¿Cuántas veces os han quitado a vuestro bebé de los brazos sin previo aviso? ¿Cuántas veces han fotografiado o filmado a vuestro bebé sin pedir permiso? ¿En cuántas ocasiones han intentado meter la mano o la cabeza en el carrito personas desconocidas? ¡Qué más da si total es un bebé “adorable y precioso”!

Pues a mí no me da igual, para mal de muchos y muchas. Y a pesar de ofrecer todo tipo de explicaciones nos encontramos con situaciones muy cabreantes. El egoísmo de las personas adultas sobrepasa los límites por todos lados. A veces se nos va la olla con los bebés.

Pero, ¿qué puede sentir un bebé cuando una persona, que no es ni su madre ni su padre, de buenas a primeras le coge en brazos? Malestar, tristeza, desagrado… provocando un llanto innecesario. Nuestra pequeña es muy risueña y le encanta interactuar con otras personas desde los brazos de la ama, del aita y de la amoñi (mi madre). Pero lo de ir a los brazos de cuartas personas no le gusta y lo pasa mal. Nosotros lo tenemos claro, el bienestar de nuestra hija es primordial pero hay personas que no entienden que la niña no siente la necesidad de estar en sus brazos. Y aquí es cuando los adultos adoptan actitudes infantiles y anteponen sus caprichos al bienestar de la niña. Vamos que les da igual que llore o que ella no quiera, lo harán por el artículo 33. Básicamente, porque les da la real gana. La pregunta mágica es, ¿una persona adulta toleraría verse inmersa en una situación así? ¿Es necesario hacer llorar a un bebé sólo por satisfacer las ganas de cogerle en brazos a un ser que está indicando que no quiere?  

Reflexionando sobre mi propia forma de relacionarme con el entorno

La verdad es que estas reflexiones fruto de mi condición de madre primeriza me han llevado a hacer un propio ejercicio de introspección. ¿Cómo he actuado yo anteriormente en situaciones similares? Me ha tocado tirar de hemeroteca mental y he llegado a la conclusión de que siempre he mantenido cierta distancia al conocer bebés recién nacidos. Yo no necesito ni he necesitado el contacto físico para demostrar cariño o para interactuar con un bebé. Las muestras de cariño que conllevan contacto físico siempre las he reservado para las personas a las que quiero y con las que existe un vínculo muy fuerte a nivel emocional. Es otra forma de entender el funcionamiento de las relaciones personales menos invasiva, más respetuosa…

En toda esta vorágine de reflexiones también me he dado cuenta de que existen personas que se exceden en el uso del contacto para relacionarse. Y claro, ya se sabe que lo que a uno le puede parecer bien, al de al lado le puede incomodar en exceso. Las relaciones son complejas, pero voy a dejar estas elucubraciones en este punto porque me estoy alejando del tema principal de esta entrada. La cuestión es, ¿dónde está el límite?. Un bebé que está incómodo o en desacuerdo llorará. Desde una posición de adultocentrismo, diríamos que esas señales de alerta que emite el bebé en cuestión se ignorarían porque prima más su deseo por achuchar al bebé que su bienestar. Total, que estos conflictos de intereses pueden crear situaciones muy desagradables.

Sea por deformación profesional o por lo que fuere, mi percepción es que se deben anteponer las necesidades de cada bebé y considerarlo con un ser único al que se debe respetar en todo momento. Porque aunque no sepa expresar verbalmente lo que siente, tiene otros mecanismos mucho más potentes que en ocasiones se ignoran. Por tanto, si mi bebé muestra cualquier señal de desagrado, incomodidad o lo que fuera yo se lo transmitiré y traduciré en palabras a la persona adulta a la que le ataña. También es cierto que lo que incomoda a un bebé a otro le puede agradar enormemente. Como ya he comentado antes, a nuestra hija le gusta que le hablen pero no que la toquen. Cada bebé es único, igual que cada persona adulta es diferente. Pero esto no todas las personas adultas lo entienden.

¿Podemos hacer algo para cambiar esta visión adultocentrista?

Mi opinión personal es que sí podemos tratar de cambiar el punto de enfoque, al menos en nuestro entorno. También te diré que no es tarea fácil ni cómoda porque hay tantas cosas que se han normalizado y que socialmente está aceptado que inconscientemente se va transmitiendo de generación en generación. El adultrocentrismo, por tanto, es una visión demasiado interiorizada por las personas adultas y que choca frontalmente con bebés que, por ejemplo, son altamente sensibles y demandantes y no toleran acciones que para estas personas adultas son de obligado cumplimiento.

Por eso actuar a nivel micro, desde nuestro seno familiar es nuestra mejor opción. Tratar de respetar las necesidades y el ritmo evolutivo de nuestros pequeños y de nuestras pequeñas, tratando de evitar pensar en cómo se comportaría una persona adulta en esa situación. Porque a veces, sin darnos cuenta, pedimos a los más pequeños que actúen o se comporten como las personas adultas cuando nosotras mismas muchas veces no lo hacemos.

El cambio, de hecho, no sólo ha de producirse a nivel de acción si no que el discurso, nuestras palabras, han de ser coherentes. Me refiero a que muchas veces decimos a los más pequeños de la casa cosas que ni nosotros llevamos a cabo. Una de las frases que más me ha llamado la atención es la de “Tú ya eres mayor para…” y añádele llevar pañal, usar chupete o lo que se tercie. ¿Es que acaso no se pueden respetar los ritmos de cada niño o niña? Estos temas son una auténtica selva amazónica y son fuente de conflicto y desacuerdo.

Tengo la impresión de que la sociedad pasa de la cosificación de la bebés pequeños a la «adultización» de los peques. Mi pensamiento a este respecto es que deben disfrutar de la niñez, que la adultez, la real, la van a tener que vivir y experimentar durante muchos años.

Ahora me encantaría conocer tu punto de vista sobre esta reflexión. ¿Has tenido estos pensamientos alguna vez? ¿El adultocentrismo te ha supuesto algún quebradero de cabeza en tu maternidad?

Sobre Esther B.A.

Soy Esther, una mujer inquieta, una mamá de alta demanda y profesional de la educación.

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